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Sé Libre del Temor

Updated: Oct 25

  • Por Marlyn García

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Su nombre es Gerardo. Para el momento cuando lo sorprendió la extraña etapa de la pubertad, ya caminaba con un pesado saco sobre sus hombros. Su mamá lo había abandonado y, en cuanto a su padre, no había tenido la dicha o quizás el disgusto de conocerlo. La vida en la adolescencia ya trae intrínseca la confusión y la búsqueda de algo que te diga quién eres y qué haces en esta gran y, al mismo tiempo, pequeña bolita azul llamada Tierra. Así que, este chico creció con el temor como la almohada donde reposaba su cabeza.  El sentirse humillado por todos los amiguitos del colegio por ser un “bastardo”, lo convirtieron en una sombra de sí mismo; atrincherarse dentro de su propio corazón fue la mejor estrategia que pudo conseguir para protegerse. Tenía miedo de vivir… porque vivir y sentirse abandonado  en el mundo se traducía exactamente igual para él. Para este joven, el miedo era tan familiar como su propia respiración. Podría decirse que se convirtió para él en un estilo de vida, así que, le era normal el estrés psicológico y emocional que produce una vida en continuo temor. Sus ojos eran taciturnos; de cuando en cuando sonreía, pero la verdad es que su sonrisa no hacía juego con su mirada, había demasiada soledad y vacío detrás de sus pupilas. 

 

Un día de esos que le cambian la vida a los escogidos, alguien le habló de un Dios llamado Jesucristo que lo amaba y tenía planes con su vida. Él no quería oír, pero por alguna razón no se podía ir del lugar donde este chico muy joven le hablaba de Dios. 

 

A la semana siguiente, se volvió a encontrar al chico que le hablaba de Dios. En esta ocasión el muchacho se le acercó y comenzaron a hablar. Como si todo estuviera escrito en un gran libro divino, Gerardo no lo rechazó, le permitió que le hablara y mientras más oía más quería seguir escuchando. Repentinamente, el chico dejó de hablar y le preguntó si podía orar por él; Gerardo le dijo que sí. Mientras el chico hablaba con alguien invisible, pero como si pudiera verlo, una fuerza incontenible desde dentro de su corazón se movía como un silbo apacible y las ganas de llorar empujaban detrás de sus ojos como una represa a punto de estallar. Él no podía entender ni poner en palabras lo que sentía, solo quería quedarse flotando en esa nube de paz que jamás había experimentado. 

 

La historia de Gerardo no es muy distinta a la historia de cada uno de nosotros. Muchos luchan contra el temor día a día. La mayoría de las personas tienen historias que contar, unas más tristes que otras. Pero la verdad es que, aunque el temor es algo inherente a nuestra naturaleza humana, también es cierto que se desarrolla más o menos según las experiencias que nos hayan tocado vivir. Creo que todos los hijos de Dios tenemos algo en común con Gerardo. Aun cuando la historia de nuestra vida no haya comenzado del todo bien, lo que hayamos vivido, no puede sabotear nuestro destino. El Dios Todopoderoso nos escogió, nos amó y nos llamó para revelarnos un plan eterno. Un amor sin condiciones, que no está basado ni siquiera en nuestra conducta sino en el puro afecto de su voluntad; es decir, Dios decidió amarnos, amarnos con pasión, amarnos sin reloj en el corazón, amarnos tanto que nos disciplina para que seamos lo mejor que podemos llegar a ser: Un reflejo de la imagen de Su Hijo. Esta verdad sí que afectó nuestro destino, lo afectó a tal punto que en lugar de incertidumbre y muerte ahora tenemos vida y seguridad eterna. ¡Eso merece una celebración diaria al Dios de toda gracia!

 

Un día oí a alguien decir: “Dios no te llevará a donde Su gracia no te sostenga”, y es una verdad tan grande saber que no hay ningún camino que tengamos que recorrer, donde la plenitud del amor del Padre no esté presente para rodearnos, levantarnos cuando sentimos que hemos caído. Una revelación diaria de Su amor es la espada que corta las ataduras que nos produjeron todos los días que vivimos en temor lejos de Su amor. Muchas veces me pregunto: “¿Por qué tengo que sentir temor ante ciertas circunstancias, si he visto a Dios obrar una y otra vez a favor de mi vida?” y llegué a la conclusión de que no dudo de Su glorioso amor; el problema está en que no sé hasta dónde la soberanía del Dios que da y quita me pueda llevar. Es allí donde tengo que creer, tener fe que el amor de Dios es soberano y al mismo tiempo es tan grande que todo lo que hace es bueno, es agradable y es perfecto. Por eso, cada día tengo que renovar mi entendimiento para no dudar jamás que ese amor me fortalece en mi fragilidad; que no hay nada que Dios se haya reservado, si nos dio a Su precioso Hijo, qué nos hace pensar que no ha de darnos juntamente con Él todas las cosas. Todo nos ha sido otorgado en el Amado, pero ahora necesitamos sumergir nuestra mente día tras día, sin descanso alguno, en la verdad revelada de Su Palabra, para que el amor de cruz que Cristo nos regaló haga huir en estampida los temores escondidos en nuestro corazón.  

 

Cada día es un reto inédito al cual debemos enfrentarnos abrazados al escudo de la fe. La fe es uno de los elementos que está mejor explicado en Las Escrituras, pero al mismo tiempo es un misterio difícil de poner en práctica sin caer en subjetividades que nos desvíen de la ortodoxia. Sin embargo, si puedo caminar creyendo en el amor inconmensurable de Dios, estoy caminando en fe porque la fe es creer en algo que no veo; con mi mente perseverando en Aquel que es invisible, pero se deja ver en todo a mi alrededor. La fe en Su amor vence y hecha fuera el temor, y al mismo tiempo me enseña a descansar en su inescrutable soberanía.  No importa cómo haya comenzado la historia de tu vida estás escondido en Cristo y tu inicio no determinará tu final, porque si Cristo no tiene fin… tú tampoco lo tendrás.



 
 
 

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